viernes, 25 de febrero de 2011

LA LLEGADA DE UN ARCHIENEMIGO, II


¡Saludos outra vez, caballeros y caballeras! Pensaba que dejar en suspenso la historia me animaría a continuarla cuanto antes, pero diversos pasatiempos me han impedido continuarla… en cualquier caso, posibles lectores de este Internet bloguero, mis disculpas de caballero prusiano. Continúo mi aventura desde donde me dejé, además me ha salido una barba terrible por dejarme abandonado junto al fuerte portugués, último que me quedaba.

Tras mi incidente zombi-portugués, puedo decir que estaba cuanto menos confuso, ya que además de haber casi sido devorado por muertos andantes había perdido casi toda la fórmula que había preparado, y, como ya dije, no podía acabar con los portugueses que quedaban porque estaban bastante reacios a ponerse todos en fila de a uno (sobre todo después de haber visto lo que había hecho con los zombies). Lo que hice entonces fue confeccionar rápidamente una suerte de bandera blanca y agitarla esperando que los portugueses entendieran mi señal de parlamento. Afortunadamente, la supieron comprender y me dejaron entrar en su fortaleza, donde me di cuenta de que los pobres portugueses tenían más miedo que vergüenza, después de oír que los demás fuertes en la zona habían sido totalmente destruidos. Tras unas duras negociaciones y cerveceos con los jefes de guarnición portugueses, acordé con ellos que acabaría con los levantamientos de muertos en la zona si abandonaban el fuerte antes de que cayera el sol.

Una vez los portugueses se fueron, tuve vía libre para investigar el fuerte, y poner en orden  mis recuerdos del ataque. La forma del ataque había sido muy específica, con una habilidad táctica impresionante, tanto, de hecho, que me recordaba a las legiones prusianas, pero de una manera… muerta. En esas cavilaciones andaba cuando recordé que había oído hablar de ese sistema de combate, aunque de refilón, cuando aprendía vudú en alguna parte de África. Recordé haber compartido clase con otro aspirante, un tipo raro de metro y medio, que más bien no imponía nada como hechicero, y su nota de las prácticas era de -6. Ese tipo, no obstante, había sugerido un sistema de combate no muerto muy interesante, pero eso fue lo último que sugirió, ya que fue expulsado “por comportamiento ilícito y tener unas notas más bajas qu’el copón”. Tras ser expulsado, juró vengarse contra la escuela y contra el mundo, y no se le volvió a ver. Como ya supondréis, este tipo raro se llamaba Sigerico Karamba, indoportugués de padre godo y madre bizantina, conocido como Profesor después de conseguir una cátedra en la Universidad de Villa-fundada-por-mí-a-propósito-para-inventar-una-universidad.

En fin, sabía por fin de quién era culpa todo el desaguisado viviente, pero no tenía por dónde echar mano al asunto, y mucho menos al causante. Mas desde que tengo memoria siempre he sido un habilidoso improvisador, y aquella noche demostraría que, como siempre, y aunque esté mal que yo lo diga, he sabido superarme constantemente. Lo que hice sencillamente fue fabricar la segunda mayor trampa de mi vida: diré sencillamente que me costó el tiempo justo antes de que anocheciera, pues cuando la luna se elevó sobre el africano horizonte, ya estaba completa. Com ya  recordaba a la perfección la rutina de combate que Karamba había propuesto en la escuela vudú, había previsto por donde exactamente se acercarían los muertos y mis previsiones fueron cumplidas, salvo que venían treinta veces más el número que había contado durante el primer ataque, y venían acompañados de una figura extraña en indefinible que lanzaba hechizos por doquier su, llamémosle “profesor”.

Exacto, Karamba en persona lideraba la carga de sus gules (cosa que no había predicho, pero fue lo único que no acerté esa noche). Poco a poco se fueron acercando a las murallas, y cuando todos estuvieron dispuestos a su alrededor para roer las murallas hasta que cayeran (esa era la parte más enrevesada y a la vez sencilla de la táctica karambeña). Entonces ejecuté mi trampa, que se basó una complejísima sucesión de pensamiento dividido, tareas múltiples, estrategia ajedrecística, lógica matemática y algo más de dos mil kilos de pólvora que los portugueses habían dejado en su huida. Los muertos, como era de esperar de seres que no viven, no supieron huir de la pólvora porque de todos es sabido que los muertos no saben ná, y explotaron en montones de pedazos como hacen los zombies que saben lo que es ser zombie.

Lo que pasó es que antes de la brutal explosión yo me conseguí camuflar en la retaguardia del ejército gul, aprovechando mis excelentes capacidades de actuación (meses antes, tras salir de la academia vudú, había realizado un master en comportamiento zombie) y llegue justo detrás de Karamba. En el momento exacto de la explosión, cuando la onda expansiva, los cascotes y clavos (exacto, no tienes una explosión si no tienes clavos) destruyeron al ejército zombie, cogí a Karamba y rápidamente me lo llevé fuera del radio mortal, mas nada más salir de él me realizó algún tipo de sortilegio que me dejó paralizado. Al darse la vuelta me reconoció al instante, como “aquel gracias al cual me echaron de la academia”. En fin, sacó en ese momento un cuchillo más grande que uno de sus gules y se dispuso a despellejarme alegremente, momento en el cual un gigantesco trozo de muralla cayó sobre él y su cuchillo. No obstante, no me pude dio tiempo a percatarme de si había acabado con él porque continuaron cayendo piedras gigantes sobre nosotros y no me quedó otra que salir corriendo para salvar mi vida. A la mañana siguiente, tras haber dormido un poco, me acerqué a los restos de mi combate, pero, a pesar de mirar uno por uno los cadáveres que había por ahí, no pude encontrar ni rastro de Karamba, aunque sí pude encontrar su cuchillo, que me llevé como trofeo. Estaba algo desanimado, pero me reconforté cuando me dije “bueno, al fin y al cabo todo caballero prusiano necesita un archienemigo” e imaginé los combates apocalípticos que sin duda libraríamos a lo largo del futuro (cosa que pasó).

Tras haber visitado las ruinas, me dirigí hacia los barcos que los prusianos habían dejado aparcados en el mar, preparado para otra genial aventura.

NOTAS FINALES

- Poco después, hubo una gran tormenta que hundió mi barco, durante la cual quedé inconsciente. Me desperté en el mismo sitio donde había asistido a mis clases de hechicería vudú, solo para que me fuera informado que por fin, por haber derrotado al malvado profesor Karamba, me fue concedido el título de hechicero vudú de pleno derecho.

-No fue, por supuesto, mi último enfrentamiento con el profesor Karamba, ni tampoco el último que terminó con él siendo aplastado por una roca gigante.  

-Mi enfrentamiento con los portugueses fue premiado con una medalla más por parte de Reino de Prusia, lo que me obligó a comprar una guerrera nueva, cosa que dio como resultado la 0,5 Guerra Franco Prusiana.

Damas, caballeros, me vuelvo a ir hacia el atesoramiento de nuevas aventuras, lo que me hace irme, pero esta vez espero y confío que mi próximo relato llegue antes. Siempre digo lo mismo.

miércoles, 26 de enero de 2011

LA LLEGADA DE UN ARCHIENEMIGO, I

¡Saludos de nuevo again, feliz año nuevo y todas esas cosas (aunque me alegra que cada vez más gente deje de lado estos años y se pasen a la celebración del Año Nuevo Persa, el 21 de marzo)! Y disculpad por hacer eones que escribo, estoy ahora mismo bastante ocupado tejiendo los uniformes de un nuevo cuerpo de Húsares


     Quiero informaros de una nueva noticia agridulce. Hoy, mientras me dirigía a practicar mi deporte preferido actualmente (las clases universitarias), ¡He encontrado de nuevo a mi antigua némesis, anunciada en el periódico! que estado persiguiendo tras haber intentado acabar con mis aventuras varias veces. El tipo en cuestión es nada menos que… ¡EL (MALVADO) PROFESOR KARAMBA! Resulta que este mi archienemigo se ha estado anunciando por numerosos canales de información como jefe de un gabinete de videncia, pero no había reparado hasta hoy en ese anuncio. Lo que quiero con esta entrada es hacer un breve relato sobre mi primer encuentro con este personaje.

     Corría ese momento concreto y exacto del tiempo que va desde hace un segundo hasta el Big Bang. Habéis acertado, me refiero a lo que los políticos y los vuestros abuelos llaman con el nombre de “pasado”, ese momento glorioso en el que había países en cuya bandera figuraba un elefante… en fin. Por es época que acabo de decir, me encontraba explorando la costa de África, con una doble misión en la cabeza. Por un lado, Su Real Alteza Real el rey de Prusia me había encomendado la misión de explorar las posiciones portuguesas a lo largo de la costa de África suroccidental, para su posterior sabotaje. Mi otra misión era buscar mi afirmación como hechicero vudú novel. Hablar de esta misión con detalle requeriría una entrada completa, así que baste decir que  poco antes me había perdido en un sitio del que todavía hoy no consigo recordar con certeza donde fue, baste decir que contacté con ciertos hechiceros de vudú, ciencia que actualmente domino con habilidad media-baja. Estos hechiceros me habían dado algunas clases muy básicas, pero me habían dicho que no llegaría a ser hechicero de pleno derecho hasta que no diera una prueba de merecerlo (“¿cómo puedo conseguir esa prueba?” “cuando llegue el momento, lo sabrás”).

     En fin, después de algunas jornadas de viaje tras la salida de de Berlín, nos dimos cuenta de que el barco no tenía velas, por lo que tuvimos que volver a la base (El ejército de tierra prusiano era en aquella época  el mejor del mundo, exactamente lo contrario que su marina). Cuando salimos de la base, pasaron algunos días… antes de que nos diéramos cuenta de que Berlín no tiene salida al mar, por lo que instantáneamente atamos el barco a un carro de bueyes y lo arrastramos al puerto de Statsograd, pero por aquella época las fronteras entre países estaban cambiando constantemente y aquella semana la ciudad era polaca, así que tuvimos que entrar en guerra contra los polacos, que vencimos en algo más de media hora, por lo que los altos mandos militares encargados de planear la misión, muy enfadados por haber ganado en tantísimo tiempo, ejecutaron sumarísimamente a los altos  mandos militares encargados de planear la misión Una vez tomada Statsograd, pudimos salir de ella justo antes de que fuera conquistada por Andorra (los motivos de la derrota prusiana a manos del ejército de Andorra nunca fueron aclarados), siguiendo en manos de este país en la actualidad. Así nos dirigimos directamente hacia las misteriosas costas del continente africano

     El viaje hasta las costas africanas se dio sin incidentes, salvo dos o tres asaltos piratas que pudimos repeler con rapidez, y alguna que otra parada para repostar en distintos poblados indígenas, que nos recibieron con amabilidad variable, y con palos y flechas (algunas hasta de fuego). En fin, con unas pocas pérdidas de población y unos meses de navegación, llegamos a las costas de lo que conocemos hoy como Mozambique, conocido entonces como “Nuevo Alentejo”. Obviamente, no tomamos tierra en ninguno de los entonces hostiles puertos portugueses, sino que echamos el ancla a algunas millas de un puesto comercial irlandés, donde fui bien recibido debido a mis orígenes irlandeses. Allí se celebró en mi honor la típica fiesta irlandesa del “vamos a emborracharnos con cerveza y whisky para celebrar lo que sea, merezca la pena o no”, que en el idioma irlandés de Irlanda es tan impronunciable que los propios irlandeses aprendieron inglés para poder traducirla y no tener que hablarla en el original. Por cierto, dicha fiesta se sigue celebrando actualmente en Irlanda, pero con el nuevo nombre de “todos los días del año”. Tras esa fiesta y su consiguiente resaca, me hice a la selva armado con un mosquete, un par de balas (exactamente dos coma tres, es una corta historia) y un frasco de mi fórmula patentada “ásalos-a-todos” para el desatranque de cañerías, el espantamiento de espantos y matar en general (os la diría, pero me la robaron y ahora es un refresco famoso).

     Llegué así al primero de los fortines portugueses, que no me supuso gran desafío gracias a mi mosquete y mi fórmula, y lo dejé ardiendo en cuestión de segundos. Los siguientes cuatro fueron más de lo mismo, pero en el sexto me encontré un increíble espectáculo. Bueno, en realidad no fue muy espectacular el hecho de que estuviera vacío, pero ya me entendéis. Como tenía sueño y se empezaba a hacer de noche, me quedé a dormir en el fuerte. En plena madrugada empecé a oír ruidos extraños, como de pies arrastrándose, pero nunca me he levantado de la cama en plena noche, y no era aquel momento para cambiar costumbres. A la mañana siguiente Me moví hacia el siguiente fuerte portugués, el cual encontré bullendo de portugueses y demás, pero recordé el incidente en fuerte anterior y me decidí a esperar semienterrado en la arena para ver si ocurría algo fuera de lo normal.  Cuando estaba cavando mi fosa, me encontré con una figura cargada de símbolos rituales vudú, (en ese momento no sabía que me encontraba por primera vez frente a mi archienemigo) la cual no me resultó extraño, en la medida en que cuando estuve perdido en el desierto vi muchas cosas el triple de extrañas. En cuanto le vi, quise hacerle el saludo ritual vudú, pero el individuo me evitó como quien evita a un hechicero principiante y se dedicó a exprimir un par de naranjas, las cuales, una vez exprimidas, se comió. Entonces, se echó a dormir.

     En mi suposición de ese hombre no haría nada increíble (salvo haberse comido dos naranjas), dejé de observarlo y me dispuse a conquistar el fuerte acompañado de mi portentosa fórmula, que comencé a preparar. Una vez la realicé, comencé a verterla en las zonas aledañas al fuerte, para preparar la gigantesca explosión. Cuando ya tenía la cerilla en la mano, me  detuvo un terrible temblor, producido por los miles de cadáveres que en ese momento surgieron de la tierra y emprendieron camino hacia el fuerte. Como en aquel momento yo tenía un desprecio irracional hacia zombies, muertos vivientes y demás horrepugnancias, lo que hice fue utilizar la parte de espantamiento de espantos de mi fórmula para dejar fuera de combate a la mitad, y de la otra mitad me encargué con la bala que me quedaba (aprovechando el momento exacto en el que todos se pusieron en fila para disparar, una táctica mata-ejércitos que aprendí en el Tirol austríaco). Semejante combate puso en guardia a los portugueses, que comenzaron a dispararme pese a haberles salvado la vida. Ya que no pude conseguir que todos los portugueses se pusieran en fila, no tuve más remedio que hacer una retirada táctica, pensando en cómo demonios habían aparecido esos zombies, y qué podía hacer para destruir ese fuerte portugués hasta los cimientos. Con esto debo decir, damas y caballeros, que me despido, pues me acabo de dar cuenta de que, yendo a estas alturas por la mitad de mi narración, si la completo hasta el final, esta entrada se extenderá de más. Gracias por su paciencia, y...
    
 ...como dicen en Rusia: следовать ему!


     
     

viernes, 24 de diciembre de 2010

¡FELIZ LOQUESEA!

     ¡Feliz lo que sea que celebréis entre vosotros, sea Navidad, Hannukah, Kwanzaa, Krampus, Fiesta de la Cosecha, Día de las Seis Mil Serpientes o simple y llanamente Solsticio de Invierno! En estas fechas me embarga la nostalgia, puede que porque me recuerde los felices tiempos en los que era capaz de robar varias veces una festividad y estar en pie por la mañana para servir el tradicional papagayo al horno veneciano propio de las fiestas, o puede que recuerde a todos los tipos y tipas con quien tengo cuentas pendientes, ¿quién sabe? Como no lo sé, seguiré en cuanto pueda y supere esta alegría festiva contando mis aventuras, y si me apuráis, las más navideñas de las que dispongo. ¡Saludos!

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Posiblemente el partido de fútbol más violento de la historia


¡Saludos, damas y caballeros!

     Comienzo con esta la narración de mis numerosas historias y aventuras que contar. Había pensado empezar con una pequeña introducción histórica de mi vida, pero he decidido que voy primero a contaros algunas de los sucesos que he tenido la suerte (o desgracia, como fue en este caso) de vivir a lo largo del conjunto de mi existencia.
     Me encontraba en el momento de mi aventura en Estocolmo, de paso, huyendo desde el Reino Unido, donde inmediatamente antes me habían declarado persona non grata  y casi me empluman (aventura que contaré en otro momento) y con vistas hacia mi viaje a Siam, donde el Rey, gran amigo mío me había vuelto a requerir, esta vez para acabar con los peligrosos orangutanes inteligentes que amenazaban con recuperar la Corona Siamesa. Curiosamente, y yo no me había enterado hasta poner el pie fuera de mi tren (principalmente porque tenía los oídos llenos de cera), en ese momento se celebraban en Estocolmo los juegos olímpicos. Más aún, me enteré nada más llegar que más tarde ese mismo día comenzaría un importante partido de balompié entre las selecciones de fútbol de la Rusia Zarista y del Imperio Alemán, dos imperios para los que había trabajado, y a los que me ataban importantes lazos de amistad. Como el elefante que me había fletado el embajador de Siam no estaría dispuesto hasta el día siguiente, resolví a ir rápidamente hacia el estadio olímpico de Estocolmo, al que pude pasar por ser amigo del árbitro, ya que temía que si hacía referencia a mi amistad con el Káiser Guillermo o el Zar Nicolás, el otro se enfadaría si me viera en el estadio. Ocurrió al final, no obstante, lo que, visto retrospectivamente era obvio que pasaría: que los dos se enfadarían conmigo porque no estaba con ninguno de ello (lo cual culminaría en mi juicio militar sumarísimo en Prusia Oriental, por un lado, y Galitzia por el otro).
     Al llegar al estadio, me llamó la atención ante todo el aire marcial que allí se respiraba, hasta el punto de que al llegar al campo se te cacheaba y hacía un control para comprobar si no llevabas armas de ningún tipo, en cuyo caso se te proporcionaba una, en mi caso fue una preciosa y labrada alabarda del siglo XVII, ya que rechacé cualquier arma de fuego e incluso de hielo. Tras ello, mi alabarda del siglo XVII y yo nos dirigimos hacia la butaca 22-V sombra, situada en el fondo neutral, entre el presidente de la Delegación suiza y la primera dama de la delegación belga. Es entonces cuando se produjo el primer incidente del partido, un pequeño tiroteo entre las delegaciones alemana y rusa, que se saldó solo con 50 muertos (parecería mucho si no fuera porque quedó eclipsado por lo que ocurriría después del partido). 
     Una vez llegó todo el mundo a sus butacas, comienza el partido, en el que, inmediatamente después de sonar el silbato inicial, sopló una ráfaga de viento que empujó grácilmente el balón hacia la portería rusa. El portero ruso paro rápidamente el balón, pero entonces se dio cuenta de que no llevaba guantes, pena gravemente castigada en el fútbol, por lo que el portero fue fusilado al instante y se declaró penalti, que metió el imperio Germano sin dudar. Fue entonces cuando se declaró la batalla campal, comenzada en la práctica cuando comenzaron a caer obuses al estadio. El ánimo estaba tan caldeado que instantáneamente los dos equipos y sus  comenzaron una carga a bayoneta calada entre ellos, mientras a mí no me quedaba otra que detener los constantes obuses que se lanzaban con mi alabarda del siglo XVII, que sufría terriblemente con cada golpe. No obstante, uno de los obuses, que no pude detener, fue a dar contra la delegación armenia, que saltó por los aires como globos aerostáticos. El socavón consiguiente que se abrió en el estadio se me antojó la salida perfecta al caos que se estaba desarrollando en aquel momento.
     No obstante, es aquí donde se desarrolla el momento clave de mi aventura particular, cuando, justo antes de marcharme del partido, aparecieron dos soldados que me habían visto conocían ampliamente, uno ruso y otro alemán, preguntándome justo a la vez: "¿qué haces? por qué no estás luchando a nuestro lado?". Los soldados se miraron, me miraron a mí y extendieron sus fusiles aprestándose a disparar, en el momento exacto en el que apareció mi elefante de Siam, armando un estruendo superior al de la batalla que se estaba desarrollando en ese momento. En ese momento de ambiente y silencio tan tensos que no podrían cortarse con una sierra radial (porque no se había inventado todavía), aproveché para subirme a mi elefante y alejarme con rumbo al lejano Reino de Siam. Mientras me alejaba, pude observar la más importante obra de Viacheslav Sosstrof, ruso de Stoichospol y uno de los mayores héroes de la historia. De repente, y sin que nadie lo advirtiera, este hombre metió la friolera de 15 goles en 3 segundos, lo que habría posibilitado la victoria zarista…si no fuera porque los metió en propia puerta. En ese momento ese héroe desaparece de la pista de la historia entre un montón de rusos cabreados, sin que nadie, ni siquiera yo, sepa a ciencia cierta qué le ocurrió.
     De cualquier manera, en ese momento yo me encontraba cruzando el mar báltico a lomos de mi elefante con la primera dama de la delegación belga, a la que había prometido llevar de vuelta a Budapest (pese a haber nacido en Bélgica y haber vivido toda su vida allí, la mujer se sentía indudablemente Húngara) sin darme cuenta de que me dirigía derecho a Prusia Oriental, zona alemana, y de que el querido Káiser Guillermo ya se había enterado de mi abandono de los prusianos en pos de mi vida y mi alabarda del siglo XVII por lo que nada más tomar tierra prusiana se me arrestó y llevó ante el Káiser, pero eso es cosa de contar otro día, creo que me he alargado un poco.

Gracias por su tiempo



jueves, 9 de diciembre de 2010

No tengo un nombre con el que me conozca todo el mundo, así que...

...ante todo, presentación.

     ¡Saludos, Selamlar, Beannachtaí, Pozdrav, Groete, Cyfarchion, Hilsener, Tervitused y los otros veinte mil idiomas inútiles o ya extintos que conozco! Me llamo... bueno, se me ha llamado de cientos de maneras distintas a lo largo de mi vida, pero como agotaría la totalidad de este glorioso invento llamado Internet solo para decir mis apellidos, para proceder más rápidamente podéis utilizar nombre actual de España, y el que figura en mi DNI de este país, que viene a ser José Alberto Botija Sánchez. Actualmente vivo a caballo entre Quintanar de la Orden, provincia de  Toledo, pueblo con solera y abundancia donde los haya, y Madrid, la capital de esta monarquía constitucional de tan reciente formación.

     El propósito de este blog es muy sencillo. A lo largo de estas últimas décadas he sufrido una crisis físico-químico-intelectual que me ha hecho cuestionar la continuidad de mis andanzas por este nuestro Sistema Solar. Además, al caer la Unión Soviética caí en una gran depresión, ya que después de ser nombrado miembro honorario del КГБ por mis numerosos y distintos servicios para con el pueblo soviético y de haber sobrevivido a no menos de 215 intentos de asesinato, los distintos altos cargos de este organismo decidieron librarse de mí, por lo que me vi obligado a una tremenda huida a lomos de una avestruz cruzando toda la estepa mongola hasta Hothot. 

     Tras todo ello y distintos acontecimientos a los que referiré más adelante, acabé en una crisis que me hizo replantearme mi futuro. Es por ello por lo que me decidí por una nueva vida tranquila en un lugar dejado de la mano de Dios (el cual tenía que ser, obviamente, La Mancha). Ya con algunos años en mi nueva vida como estudiante de Comunicación Audiovisual, recordé una frase que me dijo en su día el varón de Münchhausen, uno de mis grandes ídolos: "Las grandes aventuras se viven peor si no son contadas". Es en ese momento cuando decidí contar la serie de los increíbles sucesos y aventuras que he vivido desde el día que llegué a este mundo, que es una cantidad de aventuras tal que no cabrían, ni juntas ni separadas, en un ejército de camiones transversales (los cuales, por cierto, yo inventé), y para ello decidí servirme de uno de los inventos que yo ayudé a crear y dar proyección internacional, la Internet.

     En resumen, lo que quiero es que el mundo disfrute de mis aventuras, de las que hay espantosas, alucinantes, espantosamente alucinantes, alucinantemente espantosas, esporádicas, increíbles horripilosas y creccionables. Debo avisar, no obstante, que debido a la increíble naturaleza de muchas de ellas, para qué nos vamos a engañar, de todas ellas, se prestan muy difícilmente a ser creídas, mas yo afirmo que son TOTAL Y ABSOLUTAMENTE CIERTAS con las mismas pruebas que los incrédulos que se den una vuelta por este pedacito de ciberespacio afirmarán que son falsas.

     Sin nada más que añadir, deseo despedirme por el momento y decir que volveré pronto con la primera de las historias que contaré a lo largo de la existencia de este blog. Ojo, sin ningún orden en especial, según me vaya acordando, que luego hay exquisitos que le buscan el realismo histórico a todo.

Muchas gracias