miércoles, 15 de diciembre de 2010

Posiblemente el partido de fútbol más violento de la historia


¡Saludos, damas y caballeros!

     Comienzo con esta la narración de mis numerosas historias y aventuras que contar. Había pensado empezar con una pequeña introducción histórica de mi vida, pero he decidido que voy primero a contaros algunas de los sucesos que he tenido la suerte (o desgracia, como fue en este caso) de vivir a lo largo del conjunto de mi existencia.
     Me encontraba en el momento de mi aventura en Estocolmo, de paso, huyendo desde el Reino Unido, donde inmediatamente antes me habían declarado persona non grata  y casi me empluman (aventura que contaré en otro momento) y con vistas hacia mi viaje a Siam, donde el Rey, gran amigo mío me había vuelto a requerir, esta vez para acabar con los peligrosos orangutanes inteligentes que amenazaban con recuperar la Corona Siamesa. Curiosamente, y yo no me había enterado hasta poner el pie fuera de mi tren (principalmente porque tenía los oídos llenos de cera), en ese momento se celebraban en Estocolmo los juegos olímpicos. Más aún, me enteré nada más llegar que más tarde ese mismo día comenzaría un importante partido de balompié entre las selecciones de fútbol de la Rusia Zarista y del Imperio Alemán, dos imperios para los que había trabajado, y a los que me ataban importantes lazos de amistad. Como el elefante que me había fletado el embajador de Siam no estaría dispuesto hasta el día siguiente, resolví a ir rápidamente hacia el estadio olímpico de Estocolmo, al que pude pasar por ser amigo del árbitro, ya que temía que si hacía referencia a mi amistad con el Káiser Guillermo o el Zar Nicolás, el otro se enfadaría si me viera en el estadio. Ocurrió al final, no obstante, lo que, visto retrospectivamente era obvio que pasaría: que los dos se enfadarían conmigo porque no estaba con ninguno de ello (lo cual culminaría en mi juicio militar sumarísimo en Prusia Oriental, por un lado, y Galitzia por el otro).
     Al llegar al estadio, me llamó la atención ante todo el aire marcial que allí se respiraba, hasta el punto de que al llegar al campo se te cacheaba y hacía un control para comprobar si no llevabas armas de ningún tipo, en cuyo caso se te proporcionaba una, en mi caso fue una preciosa y labrada alabarda del siglo XVII, ya que rechacé cualquier arma de fuego e incluso de hielo. Tras ello, mi alabarda del siglo XVII y yo nos dirigimos hacia la butaca 22-V sombra, situada en el fondo neutral, entre el presidente de la Delegación suiza y la primera dama de la delegación belga. Es entonces cuando se produjo el primer incidente del partido, un pequeño tiroteo entre las delegaciones alemana y rusa, que se saldó solo con 50 muertos (parecería mucho si no fuera porque quedó eclipsado por lo que ocurriría después del partido). 
     Una vez llegó todo el mundo a sus butacas, comienza el partido, en el que, inmediatamente después de sonar el silbato inicial, sopló una ráfaga de viento que empujó grácilmente el balón hacia la portería rusa. El portero ruso paro rápidamente el balón, pero entonces se dio cuenta de que no llevaba guantes, pena gravemente castigada en el fútbol, por lo que el portero fue fusilado al instante y se declaró penalti, que metió el imperio Germano sin dudar. Fue entonces cuando se declaró la batalla campal, comenzada en la práctica cuando comenzaron a caer obuses al estadio. El ánimo estaba tan caldeado que instantáneamente los dos equipos y sus  comenzaron una carga a bayoneta calada entre ellos, mientras a mí no me quedaba otra que detener los constantes obuses que se lanzaban con mi alabarda del siglo XVII, que sufría terriblemente con cada golpe. No obstante, uno de los obuses, que no pude detener, fue a dar contra la delegación armenia, que saltó por los aires como globos aerostáticos. El socavón consiguiente que se abrió en el estadio se me antojó la salida perfecta al caos que se estaba desarrollando en aquel momento.
     No obstante, es aquí donde se desarrolla el momento clave de mi aventura particular, cuando, justo antes de marcharme del partido, aparecieron dos soldados que me habían visto conocían ampliamente, uno ruso y otro alemán, preguntándome justo a la vez: "¿qué haces? por qué no estás luchando a nuestro lado?". Los soldados se miraron, me miraron a mí y extendieron sus fusiles aprestándose a disparar, en el momento exacto en el que apareció mi elefante de Siam, armando un estruendo superior al de la batalla que se estaba desarrollando en ese momento. En ese momento de ambiente y silencio tan tensos que no podrían cortarse con una sierra radial (porque no se había inventado todavía), aproveché para subirme a mi elefante y alejarme con rumbo al lejano Reino de Siam. Mientras me alejaba, pude observar la más importante obra de Viacheslav Sosstrof, ruso de Stoichospol y uno de los mayores héroes de la historia. De repente, y sin que nadie lo advirtiera, este hombre metió la friolera de 15 goles en 3 segundos, lo que habría posibilitado la victoria zarista…si no fuera porque los metió en propia puerta. En ese momento ese héroe desaparece de la pista de la historia entre un montón de rusos cabreados, sin que nadie, ni siquiera yo, sepa a ciencia cierta qué le ocurrió.
     De cualquier manera, en ese momento yo me encontraba cruzando el mar báltico a lomos de mi elefante con la primera dama de la delegación belga, a la que había prometido llevar de vuelta a Budapest (pese a haber nacido en Bélgica y haber vivido toda su vida allí, la mujer se sentía indudablemente Húngara) sin darme cuenta de que me dirigía derecho a Prusia Oriental, zona alemana, y de que el querido Káiser Guillermo ya se había enterado de mi abandono de los prusianos en pos de mi vida y mi alabarda del siglo XVII por lo que nada más tomar tierra prusiana se me arrestó y llevó ante el Káiser, pero eso es cosa de contar otro día, creo que me he alargado un poco.

Gracias por su tiempo



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