viernes, 24 de diciembre de 2010

¡FELIZ LOQUESEA!

     ¡Feliz lo que sea que celebréis entre vosotros, sea Navidad, Hannukah, Kwanzaa, Krampus, Fiesta de la Cosecha, Día de las Seis Mil Serpientes o simple y llanamente Solsticio de Invierno! En estas fechas me embarga la nostalgia, puede que porque me recuerde los felices tiempos en los que era capaz de robar varias veces una festividad y estar en pie por la mañana para servir el tradicional papagayo al horno veneciano propio de las fiestas, o puede que recuerde a todos los tipos y tipas con quien tengo cuentas pendientes, ¿quién sabe? Como no lo sé, seguiré en cuanto pueda y supere esta alegría festiva contando mis aventuras, y si me apuráis, las más navideñas de las que dispongo. ¡Saludos!

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Posiblemente el partido de fútbol más violento de la historia


¡Saludos, damas y caballeros!

     Comienzo con esta la narración de mis numerosas historias y aventuras que contar. Había pensado empezar con una pequeña introducción histórica de mi vida, pero he decidido que voy primero a contaros algunas de los sucesos que he tenido la suerte (o desgracia, como fue en este caso) de vivir a lo largo del conjunto de mi existencia.
     Me encontraba en el momento de mi aventura en Estocolmo, de paso, huyendo desde el Reino Unido, donde inmediatamente antes me habían declarado persona non grata  y casi me empluman (aventura que contaré en otro momento) y con vistas hacia mi viaje a Siam, donde el Rey, gran amigo mío me había vuelto a requerir, esta vez para acabar con los peligrosos orangutanes inteligentes que amenazaban con recuperar la Corona Siamesa. Curiosamente, y yo no me había enterado hasta poner el pie fuera de mi tren (principalmente porque tenía los oídos llenos de cera), en ese momento se celebraban en Estocolmo los juegos olímpicos. Más aún, me enteré nada más llegar que más tarde ese mismo día comenzaría un importante partido de balompié entre las selecciones de fútbol de la Rusia Zarista y del Imperio Alemán, dos imperios para los que había trabajado, y a los que me ataban importantes lazos de amistad. Como el elefante que me había fletado el embajador de Siam no estaría dispuesto hasta el día siguiente, resolví a ir rápidamente hacia el estadio olímpico de Estocolmo, al que pude pasar por ser amigo del árbitro, ya que temía que si hacía referencia a mi amistad con el Káiser Guillermo o el Zar Nicolás, el otro se enfadaría si me viera en el estadio. Ocurrió al final, no obstante, lo que, visto retrospectivamente era obvio que pasaría: que los dos se enfadarían conmigo porque no estaba con ninguno de ello (lo cual culminaría en mi juicio militar sumarísimo en Prusia Oriental, por un lado, y Galitzia por el otro).
     Al llegar al estadio, me llamó la atención ante todo el aire marcial que allí se respiraba, hasta el punto de que al llegar al campo se te cacheaba y hacía un control para comprobar si no llevabas armas de ningún tipo, en cuyo caso se te proporcionaba una, en mi caso fue una preciosa y labrada alabarda del siglo XVII, ya que rechacé cualquier arma de fuego e incluso de hielo. Tras ello, mi alabarda del siglo XVII y yo nos dirigimos hacia la butaca 22-V sombra, situada en el fondo neutral, entre el presidente de la Delegación suiza y la primera dama de la delegación belga. Es entonces cuando se produjo el primer incidente del partido, un pequeño tiroteo entre las delegaciones alemana y rusa, que se saldó solo con 50 muertos (parecería mucho si no fuera porque quedó eclipsado por lo que ocurriría después del partido). 
     Una vez llegó todo el mundo a sus butacas, comienza el partido, en el que, inmediatamente después de sonar el silbato inicial, sopló una ráfaga de viento que empujó grácilmente el balón hacia la portería rusa. El portero ruso paro rápidamente el balón, pero entonces se dio cuenta de que no llevaba guantes, pena gravemente castigada en el fútbol, por lo que el portero fue fusilado al instante y se declaró penalti, que metió el imperio Germano sin dudar. Fue entonces cuando se declaró la batalla campal, comenzada en la práctica cuando comenzaron a caer obuses al estadio. El ánimo estaba tan caldeado que instantáneamente los dos equipos y sus  comenzaron una carga a bayoneta calada entre ellos, mientras a mí no me quedaba otra que detener los constantes obuses que se lanzaban con mi alabarda del siglo XVII, que sufría terriblemente con cada golpe. No obstante, uno de los obuses, que no pude detener, fue a dar contra la delegación armenia, que saltó por los aires como globos aerostáticos. El socavón consiguiente que se abrió en el estadio se me antojó la salida perfecta al caos que se estaba desarrollando en aquel momento.
     No obstante, es aquí donde se desarrolla el momento clave de mi aventura particular, cuando, justo antes de marcharme del partido, aparecieron dos soldados que me habían visto conocían ampliamente, uno ruso y otro alemán, preguntándome justo a la vez: "¿qué haces? por qué no estás luchando a nuestro lado?". Los soldados se miraron, me miraron a mí y extendieron sus fusiles aprestándose a disparar, en el momento exacto en el que apareció mi elefante de Siam, armando un estruendo superior al de la batalla que se estaba desarrollando en ese momento. En ese momento de ambiente y silencio tan tensos que no podrían cortarse con una sierra radial (porque no se había inventado todavía), aproveché para subirme a mi elefante y alejarme con rumbo al lejano Reino de Siam. Mientras me alejaba, pude observar la más importante obra de Viacheslav Sosstrof, ruso de Stoichospol y uno de los mayores héroes de la historia. De repente, y sin que nadie lo advirtiera, este hombre metió la friolera de 15 goles en 3 segundos, lo que habría posibilitado la victoria zarista…si no fuera porque los metió en propia puerta. En ese momento ese héroe desaparece de la pista de la historia entre un montón de rusos cabreados, sin que nadie, ni siquiera yo, sepa a ciencia cierta qué le ocurrió.
     De cualquier manera, en ese momento yo me encontraba cruzando el mar báltico a lomos de mi elefante con la primera dama de la delegación belga, a la que había prometido llevar de vuelta a Budapest (pese a haber nacido en Bélgica y haber vivido toda su vida allí, la mujer se sentía indudablemente Húngara) sin darme cuenta de que me dirigía derecho a Prusia Oriental, zona alemana, y de que el querido Káiser Guillermo ya se había enterado de mi abandono de los prusianos en pos de mi vida y mi alabarda del siglo XVII por lo que nada más tomar tierra prusiana se me arrestó y llevó ante el Káiser, pero eso es cosa de contar otro día, creo que me he alargado un poco.

Gracias por su tiempo



jueves, 9 de diciembre de 2010

No tengo un nombre con el que me conozca todo el mundo, así que...

...ante todo, presentación.

     ¡Saludos, Selamlar, Beannachtaí, Pozdrav, Groete, Cyfarchion, Hilsener, Tervitused y los otros veinte mil idiomas inútiles o ya extintos que conozco! Me llamo... bueno, se me ha llamado de cientos de maneras distintas a lo largo de mi vida, pero como agotaría la totalidad de este glorioso invento llamado Internet solo para decir mis apellidos, para proceder más rápidamente podéis utilizar nombre actual de España, y el que figura en mi DNI de este país, que viene a ser José Alberto Botija Sánchez. Actualmente vivo a caballo entre Quintanar de la Orden, provincia de  Toledo, pueblo con solera y abundancia donde los haya, y Madrid, la capital de esta monarquía constitucional de tan reciente formación.

     El propósito de este blog es muy sencillo. A lo largo de estas últimas décadas he sufrido una crisis físico-químico-intelectual que me ha hecho cuestionar la continuidad de mis andanzas por este nuestro Sistema Solar. Además, al caer la Unión Soviética caí en una gran depresión, ya que después de ser nombrado miembro honorario del КГБ por mis numerosos y distintos servicios para con el pueblo soviético y de haber sobrevivido a no menos de 215 intentos de asesinato, los distintos altos cargos de este organismo decidieron librarse de mí, por lo que me vi obligado a una tremenda huida a lomos de una avestruz cruzando toda la estepa mongola hasta Hothot. 

     Tras todo ello y distintos acontecimientos a los que referiré más adelante, acabé en una crisis que me hizo replantearme mi futuro. Es por ello por lo que me decidí por una nueva vida tranquila en un lugar dejado de la mano de Dios (el cual tenía que ser, obviamente, La Mancha). Ya con algunos años en mi nueva vida como estudiante de Comunicación Audiovisual, recordé una frase que me dijo en su día el varón de Münchhausen, uno de mis grandes ídolos: "Las grandes aventuras se viven peor si no son contadas". Es en ese momento cuando decidí contar la serie de los increíbles sucesos y aventuras que he vivido desde el día que llegué a este mundo, que es una cantidad de aventuras tal que no cabrían, ni juntas ni separadas, en un ejército de camiones transversales (los cuales, por cierto, yo inventé), y para ello decidí servirme de uno de los inventos que yo ayudé a crear y dar proyección internacional, la Internet.

     En resumen, lo que quiero es que el mundo disfrute de mis aventuras, de las que hay espantosas, alucinantes, espantosamente alucinantes, alucinantemente espantosas, esporádicas, increíbles horripilosas y creccionables. Debo avisar, no obstante, que debido a la increíble naturaleza de muchas de ellas, para qué nos vamos a engañar, de todas ellas, se prestan muy difícilmente a ser creídas, mas yo afirmo que son TOTAL Y ABSOLUTAMENTE CIERTAS con las mismas pruebas que los incrédulos que se den una vuelta por este pedacito de ciberespacio afirmarán que son falsas.

     Sin nada más que añadir, deseo despedirme por el momento y decir que volveré pronto con la primera de las historias que contaré a lo largo de la existencia de este blog. Ojo, sin ningún orden en especial, según me vaya acordando, que luego hay exquisitos que le buscan el realismo histórico a todo.

Muchas gracias